viernes, 6 de agosto de 2010

ENVILECIMIENTO. Por Victor Rojas


A mi hijo Jorge Luis.

El giro de 180° dado por la señora Cilia Flores en su posición respecto al Cardenal Urosa es una muestra de lo que un régimen autoritario puede hacer sobre un individuo: la confiscación de su voluntad. Nadie puede dudar de la fidelidad de Cilia con el “proceso”, quizás por eso se permitió la licencia de ser sincera, cuando comunicó que la reunión con el Cardenal había sido satisfactoria: donde se aclararon malos entendidos y precisaron, con claridad, los desacuerdos. Esto pasa en democracia: respeto por el contrario; reconocer el derecho a disentir. Además, fue público y notorio el comportamiento y el lenguaje corporal de Flores y de otros dirigentes Chavistas, mostrando amabilidad con el interpelado, y seguramente reconocimiento por su investidura y por su coraje al mantener lo que antes había dicho, originando la molestia presidencial, y aquella triste sesión de la Asamblea, donde los diputados se esmeraron en descalificarle. Y, sin embargo, Urosa, “poniendo la otra mejilla”, se presentó en el corazón de la propia Asamblea. Pero ese civilizado comportamiento tuvo corta vida. Según Petkoff y Boccaranda, Cilia recibió una llamada de Miraflores donde le reclamaron su actitud conciliatoria y le ordenaron regresar al guión dispuesto por la propaganda, que no es otro que la confrontación. En vista de esto, la presidenta del poder (¿autónomo?) Legislativo, pecando de exagerada, aprobó una resolución, que seguramente le llegó en sobre amarillo, donde se exhorta al poder Ejecutivo a “revisar” la designación del Cardenal, como si de un empleado público se tratara. (¿Qué pensarán en el Vaticano?) Aquí hay dos cosas que merece la pena resaltar. Una, el predominio de la propaganda como elemento fundamental de la política del régimen. Dos, la promoción de la autocensura, como instrumento de apoyo a esa política: La propaganda gubernamental tiene una característica heredada del estalinismo, la manipulación de la realidad en base a la mentira. La televisión está llena de cuñas oficiales sobre el supuesto éxito de las empresas socialistas, que muestran líneas de producción de aceites, mantequillas, celulares, automóviles, café, etc, con la particularidad de que esos productos escasean en el mercado: no se producen, o su producción es ínfima. Lo de la oferta engañosa es tan cierto, que en las encuestas y en los “focus groups” comienza a aparecer, de manera nítida, que este es un gobierno que apela con frecuencia a la mentira en su comunicación con el colectivo. Esto desde hace tiempo es un convencimiento entre especialistas: los economistas no confían en las estadísticas del INE, BCV y de PDVSA; los criminólogos, de los datos delictuales; los sanitaristas de los indicadores de morbilidad, etc. Este gobierno no es transparente, vive en la opacidad. Como incontrovertible muestra de esta conducta están los casos FARC y Pdval. La autocensura es una forma pasiva de mentir, y es estimulada a través del miedo. La propaganda, como la entiende el gobierno, es una forma activa de mentir. Ambas como los filos de una tenaza se complementan y acechan al individuo para envilecerlo y lograr el colaboracionismo, o, en todo caso, neutralizarle políticamente, para que con el apoyo de una minoría seguir controlando el poder. Pero, no olvidemos aquella famosa frase: “se puede engañar a una persona todas la veces; a muchas personas algunas veces; pero no se puede engañar a todo el mundo todas la veces”; y, también, la celebre estrofa del Himno Nacional “…al bravo pueblo que el yugo lanzó.


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