lunes, 31 de mayo de 2010

Vergüenza ajena. Por Rafael Marin Jáen




Ya no solamente se trata del dislate económico del régimen que ha colocado a un país por encima de la media de las economías latinoamericanas, en un proceso recesivo de casi un 6 por ciento, con una disminución del consumo brutal y el desplome de la inversión privada según datos del propio BCV. Destrucción del aparato productivo nacional que obedece según los genios ideológicos del régimen como Giordani, y el propio Chávez, al desmontaje del capitalismo criollo, sin percatarse que con ello hacen cada vez más dependiente a Venezuela del capitalismo internacional. Ya no solo se trata del control abusivo y autoritario de todos los órganos del poder público, de la represión, de la liquidación sistemática de la libertad de expresión. De la más escandalosa corrupción de toda la historia de Venezuela desde 1830 a esta parte, ni de la ineptitud en el manejo del cada vez más paquidérmico aparato estatal, en especial de los órganos que tienen que ver con la prestación de los servicios públicos, agua electricidad, salud, educación y un largo etc. Ahora se trata de la vergüenza ajena, íntima, dolorosa, de quienes aman a su tierra, y ven con bochorno y hasta con envidia, como países vecinos que hasta hace poco eran victimas de males cuasi endémicos en América Latina, como la violencia, el narcotráfico y la pobreza, han venido superando en un clima de gran consenso nacional sus dificultades. Las elecciones presidenciales de ayer domingo, en Colombia, son un ejemplo de civilidad y de decencia democrática. Mientras el palurdo de Sabaneta disparaba procacidades contra la clase política colombiana en aquel país una vez concluido el proceso electoral en tiempo record todos los candidatos en un lucido acto de inteligencia política y de unidad nacional se reconocían meritos unos a otros e incluso, quien de seguro resultara electo presidente en la segunda vuelta electoral en el próximo mes de junio, el señor Juan Manuel Santos en su discurso de agradecimiento no solamente tendía la mano a los contrincantes de la recién culminada contienda electoral sino que lo hacia también al resto del liderazgo del continente incluida Venezuela, esas son las diferencias entre un estadista que está obligado a preservar los intereses de su país y a trascender con coherencia en el ámbito internacional y esas fantasmales figuras caudillezcas, como surgidas de Macondo, nos recuerdan que la barbarie latinoamericana todavía tiene que ser sepultada por un gran movimiento civilizatorio. Ese ejemplo de Colombia nos obliga aún más con nuestra deprimida patria, a la que en vez de construirle escuelas y hospitales le compran la chatarra armamentística sobrante de la guerra fría, a la que en vez de convertir en un país de propietarios se la pretende convertir en una sociedad de mendigos, a la que en vez de convertir en una patria soberana frente a las superpotencias se la convierte cada vez mas en una colonia ideológica de la más atrasada dictadura comunista del mundo, Cuba. A la que, en vez de convertir en un país productivo se le cierran sus empresas y se arrojan a la calle a miles de venezolanos convertidos en depauperados desempleados. Ese es el tipo de ciudadanos y de sociedad que requiere esa visión nebulosa y aún no explicada por inexplicable que huele más a antigualla stalinista que a lo que su nombre pretende, Socialismo del siglo 21. Ya basta de tanta tolerancia pasiva por no decir que indolencia. Ya basta de esperar que los demás hagan lo que nosotros mismos deberíamos hacer. Ya basta de creer que es imposible salir de este hibrido de morrocoy con dinosaurio que es la dictadura chavista y ya basta de que la clase política democrática se conforme con las migajas y pellejos que el régimen arroja para mantener conformes y tranquilos a quienes solo quieren cuotas de poder. Llegó la hora de “Vuelvan Caras” a la dignidad nacional y a los grandes episodios de nuestra propia historia. Llegó la hora de la verdadera unidad nacional para rescatar entre todos la libertad democrática, la justica social, el progreso económico, la eficiencia administrativa, la honestidad en el manejo de la cosa pública. La verdadera independencia nacional y el orgullo de ser venezolano.




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