miércoles, 26 de mayo de 2010

CIUDADANIA. Por Victor Rojas


Sin duda alguna, y por decir lo menos, a Chávez se le está yendo el país de las manos. La crisis económica patentizada por una caída de casi el 6% en el PIB trimestral, es sólo la punta de un iceberg cuya dimensión es muy difícil de calcular. Pues no sólo son los problemas de la economía, con sus directas consecuencias en la producción y el empleo; sino lo que ocurre con los servicios públicos, la salud, vivienda e infraestructura y la principal queja colectiva: la inseguridad personal.

La brutal e inconstitucional arremetida contra la empresa privada y otras instituciones, está llevando a los límites de aguante de la sociedad venezolana, incluyendo aquí a parte importante del chavismo, que no ve ninguna virtud en las acciones destructivas promovidas desde el gobierno.

Al principio, cuando comenzaron las expropiaciones, bajo el anacrónico concepto de que eran empresas estratégicas y algunas estaban en manos extranjeras, contó con el apoyo de ciertos sectores, que por prejuicios ideológicos compartían esas iniciativas, bajo la creencia de que así funcionarían mejor. De la misma manera, consiguieron el beneplácito de grupos de trabajadores, que pensaron que pasarían a ser dueños de las empresas y por ende tratados con mayor justicia. Pero ni lo uno ni lo otro; ni funcionaron mejor, ni los trabajadores fueron mejor tratados. Todo lo contrario, ahora están en condiciones desmejoradas.

La situación se tornó más critica cuando quedó al descubierto que el asunto no era porque las empresas eran estratégicas o estaban en manos extranjeras, sino sencillamente porque eran privadas, y el catecismo fidelista abomina de este tipo de propiedad, por aquello de la explotación del hombre por el hombre y de la plusvalía. Según esa creencia la propiedad tiene que ser del Estado, sin importar si funciona bien o mal, pero del Estado. Dirigidas no por expertos, sino por gente de confianza del régimen. Con ese tipo de exigencia lo más seguro es que todo funcione mal, y así ha sucedido con funestas consecuencias para la producción y los niveles de empleo .Ahora la gran mayoría de los productos tienen que importarse.

En las últimas semanas la orgía de expropiaciones se ha incrementado. Pero está sucediendo un hecho singular, quienes con mayor énfasis protestan las medidas no son los dueños, sino los trabajadores; los sindicatos, o sea: el pueblo. Por quien supuestamente se está haciendo la revolución. El pueblo no la quiere, prefiere a sus empresas. Por citar solo tres ejemplos recientes: ocurrió en hipermercados Éxito, en la hacienda La Carolina y ahora con Polar.

Aquí hay lecciones que registrar: cuando existe una empresa bien gerenciada, que capacita y remunera bien a sus trabajadores, además de garantizar para él y su familia posibilidades ciertas de progreso, no hay revolución que valga, porque ellos están bien y tienen esperanzas de estar mejor. Usualmente, son empresas hechas con tiempo, nada que ver con el empresario improvisado, favorecido por el gobierno, que piensa en una riqueza súbita. Las verdaderas empresas maduran y generan beneficios para sus dueños, trabajadores, y lo que es más importante para el país. La lección es valida tanto para el sector público como el privado. Es el mejor antídoto contra la demagogia populista.

Pero aún hay algo más importante. Cuando estos trabajadores se expresan, lo hacen en nombre de sus derechos: el derecho a la vida, al trabajo, a la propiedad, a la educación de sus hijos. Saben que cumplen con sus deberes: pagan impuestos y cumplen con las leyes. Uno de ellos, entrevistado en plena protesta, sentó cátedra. En su lenguaje sencillo, dijo, más o menos lo siguiente: que ellos eran ciudadanos que tenían deberes y derechos, que cumplían con unos y querían disfrutar de los otros. El gobierno, por el contrario, quería controlarlo todo, exigiendo demasiado, y en el trayecto incumplía con sus deberes primordiales: el hampa estaba desbordada; sufríamos de chagas, dengue; vivíamos con inflación y escasez, y por allí siguió.

Estos ciudadanos son hijos de la democracia y aspiran a seguir viviendo en ella, y se oponen a un Estado despótico, militar y absolutista, que limita sus posibilidades de desarrollo en libertad.

Ese testimonio, es la mejor muestra del fracaso de la revolución bolivariana.

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