jueves, 6 de mayo de 2010

MUSEO Por VICTOR ROJAS.



La comitiva se aproximaba al poblado, ubicado en medio de la ardiente sabana. La gente estimulada por el reparto de algunas “cajitas felices” y suficientes refrigerios, rodeaban la remodelada casa, ahora enrejada, ya que los guardas caribeños consideraban que la casa natal de tan ilustre camarada no podía estar sin ninguna protección.Las señas y gestos de los uniformados de mayor jerarquía anunciaban que el esperado momento había llegado. Un animador de barra comenzó a aplaudir con manos y brazos encima de su cabeza y de inmediato la gente irrumpió a dar vivas y a correr hacia donde venía la caravana. Para sorpresa de todos, del primer carruaje, una especie de unidad de combate, se bajaron el ilustre homenajeado y su no menos ilustre invitado. La fiesta había comenzado.Los anillos de seguridad se dispusieron a iniciar su trabajo, aplicando, al principio, comedidos empujones para los que, papelitos en mano, trataban de acercarse al antiguo vecino. Luego, sin miramientos, abrieron camino a los jerarcas para que pudieran aproximarse a la vivienda.La casa, bien plantada, había sido construida por lo que antes se llamaba el Banco Obrero, después INAVI. Instituciones del pasado que sí fabricaban viviendas para las clases necesitadas. El padre del ilustre camarada, en su época maestro de escuela, había conseguido un crédito, que pagó en cómodas cuotas, y así la humilde familia tuvo un hogar donde asentarse. Allí nació HugoLos jefes al fin pudieron entrar; mientras la gente, mas sosegada, se dispuso a disfrutar del obsequio. En ese momento, pudo notarse al invitado dirigirse al otro, con gestos recriminatorios, señalando las cajitas de pollo que estaban repartiendo, elaboradas por una franquicia muy conocida. Sin embargo, todo continúo como si nada.La casa, mantuvo su sencillez a pesar de la refacción hecha por técnicos bielorrusos, según metodología para hacer frente al crudo invierno de su país. Estos trabajos estuvieron amparados por uno de los 100 acuerdos firmados entre nuestro gobierno y el del ilustre hermano Lukachenko.El interior de la casa estaba un poco obscuro; no obstante, se podían ver en las paredes las fotos de algunos antepasados: abuelos, bisabuelos. Respecto a uno de ellos, que montaba a caballo, hubo una disertación de casi una hora. El visitante, abrumado por tanta historia familiar, señaló hacia un ángulo donde estaba un cuadro del Libertador, y suponemos que por estar en la sección de los parientes, preguntó si éste también era de la familia, y el homenajeado, con humildad, respondió que eso se estaba investigando.De allí, pasaron a un cuarto, donde había una especie de catre con una colchoneta y al lado una mesita con una foto de Fidel. El homenajeado señalando al líder caribeño, dijo con orgullo, que todo esto era su idea y recordó que con voz profética había dicho que serían miles de miles las personas que por aquí pasarían. Debajo del catre, habían dos pares de alpargaticas: una amarilla y la otra azul. Falta un par, comentó incomodo el homenajeado… Al otro lado, había una cesta de mimbre, donde estaban una pelotica de goma, un guante infantil de béisbol, un bate pequeño y una gorra del Magallanes. El visitante fue a encender la luz para poder disfrutar del conmovedor momento, pero no había electricidad. “Así pasó en palacio”, murmuró el homenajeado, con amargura: son cosas del “niño”.Fueron a otra habitación contigua. Allí había una cama más grande, sin duda la pieza de los padres. En un baúl que el visitante se atrevió abrir, habían unas banderitas verdes, unas maracas de plástico del mismo color y un par de fotografías de hombres con bandas presidenciales “¿A ver?” dijo el curioso: Páez y Carlos Gardel. El homenajeado con expresión paranoica, miró a un ayudante y exclamó con ira: ¡pitiyanquis, apátridas! “la intriga mediática e imperialista, que dice que los viejos son copeyanos”De mal humor, el personaje trató de apurar el recorrido. Quería ir a la cocina donde se preparaban las “arañas”, pero el visitante le susurró algo al oído, y no le quedó más remedio que señalar una puerta. Al rato, el invitado regresó y volvió a decirle algo. Esta vez no se aguantó y gritó: ¡que cómo era posible que no se les hubiera ocurrido poner un balde de agua en el baño!La visita al museo acabo precipitadamente. Caminó hacia la caravana, pero los escoltas no estaban. En un pequeño descuido, les habían robado el armamento y los wokitoquis. Los funcionarios perseguían a los malandros del barrio, para recuperar el equipo sustraído…-0-Por supuesto, que lo relatado tiene mucho o algo de ficción. Pero lo que quiero transmitir es: que la casa natal del comandante convertida en museo; y una estatua en su honor levantada en un pueblo de Mérida, son preocupantes muestras del culto a la personalidad al que esta sociedad está sometida



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