jueves, 1 de julio de 2010

De golpe en golpe. Por Rafael Marin


Corría el mes de julio del año 1987, cuando conocí al para entonces Mayor del Ejército Hugo Chávez, ejercía yo la Gobernación del Estado Apure, y él la jefatura del “escamoto” de Elorza. El encuentro se produjo con motivo de una gira administrativa en la que inauguré varios kilómetros de carretera y algunas pistas de aterrizaje; estaba acompañado en esa actividad por el ingeniero Juan Pedro Del Moral, a la sazón Ministro de Transporte y Comunicaciones y por el Director General de ese despacho Doctor Luis Carlos Serra Carmona. Apenas intercambié palabras con él, le calibré como esos típicos oportunistas que adulan a los jefes y patean a los subalternos.
Años después el 4 de febrero de 1992, me enteré que el jefe de ese intento de magnicidio, o por lo menos el pantallero de ese hecho, era Hugo Chávez. Liberado de una condena que en Europa o en EUA, todavía estaría pagando, se dedicó a promoverse con ofertas electorales “muy socialistas”: “voy a freírle la cabeza en aceite a los adecos, Fujimori es el mejor presidente del cono sur y un ejemplo a seguir y Marcos Pérez Jiménez es la quinta esencia de la eficiencia en el ejercicio del poder”. En medio de esa maraña de ideas y personajes, propia de quien sólo tiene una cultura de solapa, estaba preparando el otro golpe. Esta vez acertó, ayudado sobre todo por la ineptitud y la miopía de los principales factores políticos, económicos y mediáticos del país. Y después de ese acto contradictorio, de jurar sobre una constitución que calificó de moribunda y a la vez prometió respetar y defender, comenzó su campaña para la constituyente, no le importó que el Congreso Bicameral electo en 1.998 tuviese el mismo origen y legitimidad que su elección, manu militari, constituyó un congresillo, se buscó algunos genios frustrados del constitucionalismo venezolano para justificar sus tropelías sobre la tesis de la supra constitucionalidad de la constituyente; eligió una constituyente, elaboró una larguísima constitución de características programáticas que parece más un recetario de cocina que un texto doctrinalmente moderno y sobre la base de esa constitución, de suyo espúrea, porque se hizo irrespetando los mecanismos de enmienda y reforma establecidos en la constitución de 1.961, inventó una cantidad de poderes, no los tres clásicos de factura Rousseauniana, sino que a ellos (el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial), les agregó: el Ciudadano y el Electoral, eso si, con un diseño que le garantizaba el ejercicio omnímodo y monopólico de todos esos poderes; en esa oportunidad las Fuerzas Armadas, “garantes de la constitución, la soberanía y la paz”, hicieron mutis. Lo que ha hecho y deshecho durante estos interminables 11 años en nombre de su pasticho ideológico fascista-castrista que denomina socialismo del siglo XXI. (En el cual por cierto, ni su creador Dieterich cree), es sencillamente dantesco.
Pero hoy, frente a este clima apocalíptico que vive Venezuela caracterizado por el latrocinio mas rapaz instalado en la administración pública de toda nuestra historia republicana, la ineptitud, ignorancia y estupidez, exhibida en grado supino en el manejo de la cosa pública, por un desarrollo represivo y antidemocrático que vulnera a la vulneradora constitución del 1.999, la persecución a toda expresión libre de los medios de comunicación social y de todo tipo de oposición, por las titerescas aventuras internacionales contrarias a nuestra soberanía, a las cuales nos ha sometido bajo el influyo de los hermanos Castro. Al igual que la persecución e inhabilitación política de las individualidades que le estorban en su propósito. Pero como dicen los gringos, eso son maníes en comparación con el tercer golpe de estado que ya está en proceso de ejecución; usando a la “violadora-violada”, me refiero a la constitución del 1.999 como papel toilette, ignorando los mecanismos que ella establece para su modificación y haciendo uso de esa categoría a la que estos “Kelsen de pacotilla” de la Asamblea Nacional, dándole rango constitucional a la leyes orgánicas nos acaban de pasar como el strike final para lo que quedaba de democracia. El Poder Comunal, que dará origen a las comunas, las cuales sustituyen al municipio como célula política primaria del Estado venezolano, modificando las estructura jurídico-política del país, tienen una territorialidad indefinida, porque basta que un grupo de “panas” de municipios o de parroquias distintas, aunque geográficamente vecinas, se pongan de acuerdo entre ellos y con el PSUV para constituir las comunas, las cuales en la letra ejercerán el poder de administración, de legislación, y disposición locales, ejecutarán recursos de la administración pública y dispondrán de su propio poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y en la práctica, no servirán sino como un desaguadero más para financiar a los conmilitones del régimen, que además de constituirse en la nueva oligarquía de los barrios y urbanizaciones, ejercerán muchos de ellos, las funciones de esbirros y sapos, serán los encargados de elaborar los listados con los nombres de los que no deban recibir alimentos de pudreval, de los jóvenes que no tendrán cupo en los colegios y universidades, de las familias excluidas de Barrio Adentro, de los individuos sospechosos por ser enemigos del comandante y su revolución y candidatos seguros ante el primer resbalón o protesta, a poblar las ya numerosas filas del exilio (los que puedan), otros a las cárceles venezolanas y porque no, los listados de desaparecidos y muertos so pretexto de ajustes de cuentas de la delincuencia común, para encubrir eventualmente acciones de bandas armadas y politizadas al servicio del régimen. Este nuevo golpe de Estado, obliga a todos los civiles con conciencia democrática a alzarse en las calles contra el régimen, ya basta de creer pendejamente que no llegaremos nunca a perder la totalidad de nuestros bienes y derechos, esa hora ya llegó lo perdimos todo, de lo que se trata es de recuperar lo perdido y de refundar la democracia. La fuerza armada en esta hora menguada, tienen prohibido el mutis y como ciudadanos comunes también tienen una palabra que decir.





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